Un restaurante es bueno cuando...
Parece fácil la pregunta en un principio, pero si tenemos que definirlo en letras, léase un artículo o “post” como nos estamos acostumbrando a decir, parece que la cosa se complica.
Veamos las preferidas mías:
Para MI un restaurante es bueno cuando:
1.- Entro y el olor corresponde con el local.
Cuando menciono “olor”, también incluye decoración y luz. Si voy al “J. Cruz” en Valpo, el olor a fritanga y el ruido de la freidora no molestan, los gatos que te pasan entre las piernas son parte del decorado y los manteles de plásticos creo que son los más adecuados para el lugar.
Por otro lado, cuando he ido al Puerto Fui o al Europeo, nunca he sentido olores a comida o la música ha estado muy fuerte.
2.- No me dejan sólo.
Todo exceso es malo, pero una gran falta en los restaurantes chilenos es el tener que llamar o “cazar” al camarero, lo que lamentablemente es recurrente.
El servicio tiene que ser preventivo: si una mujer mete la mano en la cartera o busca el encendedor y los cigarrillos o el celular; en ambos casos se levantará de la mesa, así que mejor acercarse y estar atentos a ayudarle con la silla. Si dos personas tienen las cartas cerradas sobre la mesa, es que ya las leyeron y pueden pedir algo; es desagradable tener que aletear para que vengan a la mesa, más aún si cuando llegan la respuesta es “le llamo a su garzón”.
Si mi plato se demora no me importa por que, lo que espero es que el camarero se acerque ANTES de que tenga que preguntarle por mi pedido y que me ofrezca “un dominal” (excusa o disculpa coherente, no el clásico “estamos apanados” por muy cierto que sea) Si la copa está media, deben rellenarla, no es necesario preguntar “¿quiere más?”, el cliente no debe tener que pedir, el camarero debe hacer su pega, que es servir.
3.- La comida es lo que pedí.
Si no hay algo, el camarero debe saberlo con anticipación; si pedí mi carne “a punto”, debe llegar a punto; si hay sólo un congrio en la cocina, mejor que me cambie el pedido antes de tener que ir y regresar a conversar conmigo cuando se me está haciendo agua la boca pensando en el pescado.
Lo anterior conlleva un real conocimiento de la oferta por parte de camarero o, mejor dicho, realmente un anfitrión más que un acarrea platos. Que ese conocimiento se demuestre al momento del pedido, no al momento de la cuenta debiera ser un requisito de ingreso al salón de las personas que trabajan en él.
4.- La oferta de líquidos es coherente con la de comidas.
Leer “Don Melchor” en una carta de parrilladas es irrisorio, tal como lo es leer “Doña Dominga” en las cartas de la Nueva Costanera. Los clientes queremos vinos acordes con la carta de comidas, no con el presupuesto que la viña puso para estar en la lista.
Por otro lado y quizás mucho más importante, creo que todos sabemos cada día más de vinos (o me gusta pensarlo así), por lo que la multiplicación simple del precio de costo por tres o cuatro como factor, es una política de asignación de precios prehistórica y demencial.
Me gustaría que las cartas de vinos marginaran coherentemente sobre el precio de la botella, ya que el valor agregado de una botella de vino es sólo el servicio (si la compro en el supermercado o en una tienda, es el mismo vino). Con lo anterior quiero decir que basta con pagar tres veces el precio de un vino, cerveza o destilado. Los consumidores ya no somos tan ignorantes.
5.- Un regalito nunca es malo.
El descuento es para los “flaitex” (sobre todo cuando no dejan el descuento como propina); la menta y la manzanilla son para las “niñas de la noche”. Un “cariñito” siempre es sinónimo de sorpresa y buen pasar, pero que sea un apetizer antes de empezar a comer, media copa de un vino que está en degustación (sin promotores tediosos), un sorbet o algo entre comidas para limpiar la boca… un “algo”, algo entretenido, creativo y fuera de lo común. Eso es lo que pido.
Memorable los pequeños bocaditos de entrada en el Pasta e Vino (llegan solitos a la mesa sin preguntarle a nadie), los sorbet del Puerto Fui entre la entrada y el fondo, la bandejita de chocolates que llega con el café en el Bristol… tan pocos ejemplos y tan buenos.
6.- Los baños
Que la entrada sea placentera, no una lucha por evitar contacto con agentes externos. Que exista el adminículo necesario para lavarse y secarse las manos sin mojarse a ropa y que no esté resbaloso (de preferencia una ventana).
7.- Anfitriones hasta el final
Las personas que trabajan en servicio deben tener actitud de servicio: deben saludar, sonreír y despedirse. Nadie pide lo casi odioso del Ritz que a cada diez segundos alguien te pregunta “¿todo bien?”, que casi no te deja comer en paz (créanme, eso pasa en todos los Ritz del planeta), pero a lo menos que te abran la puerta, que ayuden con la silla a la mujer, que salgan y pidan un taxi, que se preocupen por tus necesidades sin tener uno que señalarla explícitamente.
8.- El día siguiente
No importa como lo pasé de bien ayer, si hoy mi estomago me pide a gritos antiespasmódicos, significa que no vuelvo más al restaurante.
Ojala que coincidamos.
Un abrazo
Grellet