Viaje místico-guachaca a Perú

Escrito por: carolina2820
F09 Dic 2011
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Con 19 adolescentes años, sólo 100 mil pesos en el bolsillo, y la emoción y el temor de mi primer viaje fuera del país, me embarqué en una odisea con mi mejor amiga y su pololo. Para ahorrar y ponerle más emoción al viaje, hicimos dedo en todo el norte de Chile, pasándolo súper gracias a la gentileza y la generosidad de los conductores de camiones que nos quisieron llevar. Con ellos tuvimos la experiencia de comer en una picada en el desierto, en donde no había agua y los baños eran de otro mundo, pero las cazuelas eran un manjar de los dioses. También tuvimos la dicha de ser acarreados por un camionero de una importante compañía cervecera, quien en Antofagasta nos dejó cómodamente instalados en la enorme cabina de su vehículo, con botellas de cerveza gentileza de la compañía, y que nos bebimos con fruición. Mientras, él salió a pololear a algún "bar" y llegó a dormir en la madrugada. 

En Arica, en tardes con bellos ocasos y temperturas exquisitas (y también temprano y al mediodía...), en una especie de bares-cabaña en la playa, conocí y disfruté las ricas cervezas Cusqueña, que serían una fiel compañía en todo nuestro viaje por el Perú.

Una vez en Tacna, comenzó nuestra odisea fascinante y a veces amedrentadora en un país tan cercano y sin embargo a ratos tan distinto del nuestro. Los viajes en bus fueron de antología: sin baño, estos se detenían en plena montaña, con manchones de nieve (primera vez en mi vida que veía nieve), para que los pasajeron fuéramos detrás de rocas a aliviar nuestras necesidades (a veces tan imperativas después de tantas horas). Los conductores de buses eran muy aperrados: en plena noche, olvidaban conducir por los caminos y se aventuraban subiendo y bajando cerros, e incluso cruzando ríos, para la sorpresa y a veces el temor mío. 

En nuestra estadía en Arequipa, disfrutamos comidas simples y unas cuantas cervezas, y lo que más recuerdo de aquel lugar son dos cosas: uno, la belleza arquitectónica de sus calles, mercado e iglesias, y segundo, haberme enterado por un cartel en la calle que el sueldo mínimo era, en ese entonces, algo como 60 mil pesos chilenos. Me impresionó fuertemente el contraste tan grande entre tanta belleza y tanta pobreza, contraste que se repetía en cada lugar que visitábamos, y en cada viaje que hicimos de una ciudad a otra, siendo testigo de la vida enormemente precaria en las aldeas del camino.

Habiendo llegado a Cuzco, nos instalamos en alojamientos extremadamente básicos, acordes con nuestro bajo presupuesto. Nuestra primera comida allí fue un desayuno al día siguiente a nuestro arribo. Este desayuno consistía de arroz, una salsa tal vez de ají, y una sopa de no muy apetecible aspecto, con trozos de una especie de carne muy negruzca, que nosotros cariñosamente bautizamos como "sopa de murciélago". Con el hambre que seguramente teníamos, nos comimos todo igual, facilitándolo además con unas cuantas Cusqueñas. Una cosa que nos encantó a todos en esa ocasión, fue que entrando a esa picada vimos un tremendo poster de Valparaíso, que es donde vivían mis amigos, y donde yo pasaba uno que otro fin de semana de juerga en su cálido y regado hogar. ese poster nos dio sensación de acogida y de no estar tan lejos.

De nuestro tiempo en el Cusco, recuerdo con añoranza sus cielos extremadamente azules, con nubes a veces enceguecedoramente blancas. No he visto otra vez cielos tan hermosos como en las ruinas de Sacsaihuamán. Recuerdo también cuán bien lo pasé, cuánto bailé, cuánto caminé, cuantas cosas nuevas vi y probé. Las ruinas; el chocante contraste de la irrupción del catolicismo que llegó literalmente a aplastar los asentamientos y templos de piedra de los nativos; las calles intrincadas, adoquinadas; las artesanías; los colores vivos; las iglesias y sus cristos sufrientes; y la comida de la calle.

Con nuestro escaso dinero, no podíamos costearnos comidas en restaurantes (tampoco lo habríamos hecho si hubiéramos tenido más dinero, pues estas incursiones culinarias en la calle agregaban a nuestra experiencia del viaje una mística y un sabor especiales, le daban aún más gusto a aventura). Pocas veces comimos en alguna picadas. Mi amiga y yo nos hicimos adictas a unos sándwiches de palta con cebolla morada, deliciosos, que vendía una señora autóctona, que vendía sentada en la calle. Nos parecían algo divino. Esos sándwiches los he replicado muchas veces en mi casa, siempre sintiendo la nostalgia de esos días. También era muy rico allá el café de grano molido, que incluso vendían en los lugares más precarios.

Para rematar las noches de carrete y baile, camino a nuestro hospedaje parábamos donde una señora que vendía anticuchos en un carrito. Estos consistían de trozos de carne (quizás de qué animal pero deliciosa para nuestros cuerpos "en bajón"), ensartados en una brocheta de madera y coronados con una papa cocida. Qué manjar, dios mío! Cómo disfrutaba esos anticuchos callejeros! Otras veces nuestra dieta post-carrete eran hamburguesas, de la misma esquina e igualmente sabrosas.

Finalmente, una experiencia única la vivimos en un local que se dedicaba exclusivamente a vender productos hechos en base a hojas de coca, los que ellos mismos fabricaban. Recuerdo haber probado un mate de coca, queque de coca, calugas de coca, todas cosas deliciosas y totalmente nuevas para mi paladar. Un local chicuitito, pero muy acogedor, con una dueña muy hospitalaria y presta a explicar los pormenores de sus productos y contar acerca de las dificultades que tenía para cultivar. Allí me abastecí de una bolsa de hojas de coca, que me sirvieron para evitar apunarme cuando unos días más tarde subí, antes del amanecer, caminando a las ruinas de Macchu Picchu.  

Ese fue mi primer viaje fuera de Chile, con poca plata, con cero glamour, pero riquísimo en recuerdos. Más de diez años después, recuerdo con nostalgia tantos detalles, tantas alegrías, tantas risas que nos arrancaban las sorpresas y novedades de nuestro día a día en ese país maravilloso. He viajado en otras ocasiones, mucho más lejos y con harto más dinero, pero absolutamente ningún viaje se compara a la riqueza de experiencias de esa ida a Perú.

 

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Carolina

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