Soy fan de la Plaza Ñuñoa y uno de mis boliches preferidos es el Ebano (lo comentaré en otra oportunidad). Pero este finde quise intentar algo diferente y crucé Irarrázabal para entrar al UVA, un wine bar que alguna vez tuve la oportunidad de visitar por pega, pero del cual aún no había probado la cocina. De partida, lo elegí por su buena ubicación y estética; sólo a unos paso de la Plaza y con una clara vocación por el arte, ya que exhibe en sus paredes obras de artistas emergentes y no tanto (por ahí divisé un Benmayor bien guai con reminiscencias de Miró). El lay-out está bien pensado; de entrada un bar con zona lounge que invita al relajo o a un rápido trago informal-a-la-pasada, con elementos design de buena factura como sus sillas y mesitas para 4 personas. Caminando hacia el fondo, se entra en un área dedicada a comensales de tiro largo, otra vez con mesas de tamaño preciso, buena iluminación indirecta y sillas bonitas con buena relación codo-piernas (se han fijado que a veces la altura de la mesa/silla es de lo más incómodo y terminas con la pera en las rodillas y/o dolor de espalda???).
Pero bueno, entrando derechamente al tema comida, este item superó mis expectativas. Partiendo por el tamaño de los platos y de las porciones, lo primero resulta un poco exagerado (pero parte de la anécdota) y lo segundo, razonable rayando en la abundancia (para no producir contraste con lo primero), tema importante considerando que estaba acompañada por dos varones de bastante buen apetito. Mi cebiche de salmón ($3.500) con cebolla morada estaba delicioso, buena textura, acidez exquisita y cebolla en justa medida, todo aliñado con otras verduritas que hicieron del conjunto algo redondo. Mi pololo pidió una entrada de locos ($4.000?), que llegó con 4-5 ejemplares más grandes que los que comimos la última vez en la playa, con grandes y suculentas lechugas y aderezo de salsa verde. El chico es exigente y quedó de-lei-ta-do. Su hermano pidió una ensalada ($3.000?), no recuerdo exactamente de qué, pero también recibió un plato muy abundante y variado que lo dejó feliz. De postre pedimos creepes suzettes y cheese cake de berries y otra vez todo excelente; porciones abundantes con una con una cuidada puesta en escena.
Para beber pedimos como aperitivo Amareto Sour y jugo de fruta natural; el primero muy bien preparado y el segundo fue cambiado a gusto del comensal por uno menos dulce, resultando también muy bueno. La carta de vinos es variada, acotada y bien elegida; esta vez pedí un Sauvignon Blanc Los Vascos (apuesta segura, vino honesto en su variedad y con buena acidez), no recuerdo si fueron $7.500 o $10.000, pero en todo caso los márgenes en general son más que razonables. El único punto negro es que la botella no estaba helada y nuestra primera alternativa no se encontraba disponible. Lo otro, no tiene separación aparte para fumadores, por lo que lamentablemente la ropa queda pasada humo...
Por lo demás, un servicio atento, platos bien preparados, precios razonables y ambiente ecléctico. No se si un best value (por el value, $27.000 antes de propina) pero sí una buena alternativa dentro del barrio.
