Minestrone en Roma
Después de recorrer España con mi ex durante 3 semanas, y yo teniendo a mi haber algo más de 4 meses de embarazo, arribamos pasada la medianoche a Roma, perdidos totalmente, sin reserva de hotel, sin saber dónde ir a esa hora ni qué haríamos al día siguiente. Luego de tomar un tren que nos llevaria del aeropuerto a la ciudad, encontramos un hotelucho de muy mala muerte que nos acogio por esa noche. A la mañana siguiente, aun cansada como quiltro y hambrienta como siempre, insisti que era hora de movilizarnos para buscar dónde comer. Ya en la calle, vacia como cualquier mañana de domingo en cualquier gran ciudad del mundo, ni bien cruzamos la calle encontramos una trattoria familiar. Entramos y en nuestro peor italiano! nos dimos a entender y ordenamos lo que sería el desayuno/almuerzo del día. La nona, literalmente la abuela de la familia dueña del restaurante, cocinaba con calma, picando verduras, carnes, distintos ingredientes que de lejos yo sólo quería espiar para aprender. Los vertía con sus dedos deformados por la artritis, en una olla vieja, como ella, pero que relucía por fuera. Era temprano, no más de las 11 am, sin embargo fue la hora perfecta para acompañar nuestra comida con el vino de la casa y junto a nosotros se sentó casi toda la familia: el hijo mayor, el nieto, que ya había terminado de asear el lugar, y también la nuera y la conversación fluyó sola, todos haciendo su mejor esfuerzo para darse a entender. Los armas puros y sin ostentación invadían el lugar e inundaban los sentidos, la humedad interior del comedor, contrastaba con el frio de la calle. Pan en rebanadas sobre una panera sencilla, mantequilla. Al rato, la nona llamó desde la cocina, avisando que nuestra comida estaba lista. En menos de dos minutos tenía frente a mi un plato enorme y humeante del minestrone más sabroso y reconfortante que he comido en la vida. Nunca he vuelto a sentir ese placer arrobante de sabores puros y tradicionales, sin ostentación ni parafernalia, que te brindan los ingredientes nobles de una comida preparada por siglos. La nona se nos unió en la mesa. Yo me daba cuenta que algo de mi la intrigaba, supuse que mi cara de gringa no le calzaba con el hecho de que proviniéramos de América del Sur. De repente, alzó sus cejas y mirándonos a ambos dijo en voz alta: Sei Incinta!