Lo feo del Galindo...
Domingo 28 de marzo.
\tCuatro comensales,ninguno especialista. Buscando una alternativa razonable para una sed dedomingo por la noche. Diez de la noche y nos hallamos en el Galindo, pintorescolugar requeteconocido por los santiaguinos. Grandecepción, gran. Los bajos precios no auguraban, desgraciadamente, otra cosaque un mal servicio. Intentaré ser sucinto y objetivo: Todo indica que fuera delos horizontes del maestro sangucherodel local, el resto del servicio escapa a las virtudes del lugar. Con lacazuela de pollo y la mechada en marraqueta no hubo, ciertamente, mayoresinconvenientes. No así con los tragos, que llegaron cambiados, el vino, quellegó más que tibio (no se trata de ser ortodoxo, pero un Carmenere reserva amás de 25 o 26 grados, por favor!) y finalmente, el atún. Los primeros dosplatos que nos fueron entregados parecían más bien una broma de malgusto. Atún extremadamente cocido, recocido, seco, insípido, como unamala carne roja pasada en el sartén. Habiendo pasado ya por lo desagradable delos tragos y el vino (éste último torturado con golpes de frío en elfreezer después de días recalentado sobre las bocanadas de airecaliente emanadas de la cafetera del lugar), decidimos cambiar los platos ypedir que nos trajesen otros, esta vez, de atún bien preparado. Especificamospor segunda vez ese simpático chilenismo de uso consuetudinario de "a lainglesa(que paradójicamente de usanza inglesa no tiene nada).
Pasaron veinticincominutos y nada. Por supuesto ya no había tragos