¡Cam on Vietnam! (¡Gracias Vietnam!)

Siempre he pensado que los viajes son como la vida y los lugares como las personas, que tocan nuestra existencia. Ambos tienen el mágico poder de influir en nosotros dejando siempre un saldo favorable en términos de experiencia.

Durante 35 días esta vida sinuosa que la diosa fortuna ha tenido la gracia de otorgarme, se vio coronada con infinidad de situaciones, vivencias y momentos llenos de pintoresco y mágico surrealismo, en un rústico y místico país plagado de pequeñas grandes personas.

Vietnam es el lugar que me cobijó hace 2 años y no fue hasta casi el final de mi viaje que pude entender, quizás, todo aquello que al llegar me provocó una infinidad de sensaciones que a priori pueden parecer duras, grotescas o sin sentido.

Miles de motocicletas pululando interminablemente en una ciudad que no está hecha para transeúntes, ya que las aceras sirven de estacionamientos y espontáneas terrazas liliputienses, en las cuales se puede llegar a compartir un té verde, un café o una comida completa cocinada a pie de calle.

Los olores invaden cada rincón de esta esquizofrénica ciudad, no hay centímetro en el que no se vea una olla, un fogón, un brasero o un comerciante ofreciendo algo de comer: pastelitos , bocadillos, sopas, barbacoas, frutas, etc., son el pretexto de un encuentro culinario y social que une a grupos tan heterogéneos como disímiles, adolescentes, ancianos, niños, oficinistas, y en más de alguna ocasión uno que otro turista bien informado que a la larga termina por ser parte de este paisaje en constante cambio.

Acostumbrarse a este caos es un proceso paulatino pero al cabo de unos días cuando ya formas parte de ese todo, sentado casi en cuclillas sobre diminutas sillitas que incomodarían a un párvulo, utilizando con destreza palillos y cucharas al unísono, percibiendo, sabores y olores que jamás imaginaste o robando una sonrisa al balbucear el pedido en vietnamita, comienzas a entender qué es lo que mueve a estas gentes en ese constante deambular que comienza al amanecer y no termina jamás, repito, jamás…

Mujeres cargadoras de escombros, agricultoras de nacimiento, vendedoras incansables con el comercio a cuestas, niños sin infancia bilingües por necesidad, vendedores con grandes dosis de simpatía como sistema de marketing, equilibristas de andamios inexistentes, artistas esclavos expertos clonadores de arte, es lo que encontrarás si visitas este país que ha sabido plantarle cara a gigantes poderosos y salir airoso aunque no indemne, pero aun así ha dado vuelta a la página sin guardar una gota de rencor en sus almas ni en sus eternas sonrisas.

Querer un lugar es como querer a una persona, la aceptas íntegramente, de pies a cabeza, con virtudes y defectos.

Aprendes a amar su carácter, sus movimientos, su voz, su olor, todo lo que de ella emana, sin excepción.

Es lo que me pasó con este país, me fui enamorando poco a poco de ese bullicio, de ese desorden eterno, de ese incesante caos, de sus costumbres, sus aromas, de su forma tan simple de vivir la vida.

Y una vez llegada aquí, a la normalidad ocurrió lo previsible, la añoranza se apoderó de mi, necesitaba rememorar y evocar de alguna forma esos maravillosos días.

Y pensé que la manera más sencilla que tenía para hacerlo, era cocinando uno de los platos más entrañables que comí en ese lugar.

Pho bò, Beef Noodle Soup o sopa de carne y fideos es la preparación más popular de la cocina Vietnamita, se come en todo el país a todas horas, ya sea en el mercado, a pie de calle, en un carrito o sofisticadamente en una cadena de restaurantes que no tienen nada que envidiar a un McDonald.

La preparación de esta exquisita y aromática sopa es tan variada y versátil como los lugares donde puedes degustarla, aunque la base es siempre la misma.

Aquí les dejo ese plato que enamora a primera vista, que abriga cuando el frío arrecia, que refresca cuando el sofocante calor asfixia, que alimenta cuando tienes hambre y que añoras cuando estás lejos, ¡Cam on Vietnam!